Nunca te diré mi nombre

Me siento una romántica perdida en el casquivaneo de la vida; me sé una niña en el mundo de los niños; me pierde el sonido de unos tacones y una minifalda bonita y una sonrisa en un amigo y un beso largo y un buen libro y un chico guapo, en fin, aquí escribo los retratos de mi inconsciencia, porque ser niño es igual a inconsciente cuando pasas los 25...

Monday, March 01, 2010

Rutinas

La rutina se ha encadenado a mi vida. A veces, sueno que me arranco un diente en sueños. Y que no duele. No sé si significará algo, pero lo sueño. Ahora vivo estable, sin iniciales en mi cama ni en mi vida, sólo Jota, el chico de la camiseta a rayas, que me acompaña cada noche, que llegó para quedarse sin estridencias, ni gritos ni dolores, sólo calma y besos de gin-tonic.

Monday, March 03, 2008

Sobre el chico de la camiseta de rayas

Hacía calor y los relojes pasaban de las cuatro. Unos travestis bailaban y un antiguo amor se aferraba a mi cintura con la intención de revivir unos besos que él mismo dejó caducar cuando le vi. Una chico moreno, una camiseta de rayas grises y una mirada ausente. Con eso me bastó para posar mis ojos sobre él. Comenzó el juego. Mirada, respuesta, ojos bajos, otra mirada y, de nuevo, la rueda en marcha. De pronto, deja de estar en mi espalda, ahora está delante. Será por mí, por el juego de miradas, pensé. Y esperé que se acercara, pero lo más que vi es que cogió su abrigo y se marchaba. Entonces, en un acto reflejo, estiré el brazo, le detuve y le dije al oído: "No te irás de aquí sin decirme cómo te llamas". "Evaristo". Dos besos en la mejilla lentos y una proposición, mejor uno que dos. Y acepté. Por qué no. Desde la distancia me gustaba, por qué no probarlo. Lo hice. Fueron tres besos, cuatro a lo sumo y un teléfono. "Me encantas, me encantas", escribí al salir de la discoteca, y lo envié. Al día siguiente tenía una respuesta: "Y tú a mí". Poco más sabía del chico de la camiseta de rayas grises y la mirada ausente. 28 años, casa a las afueras de Madrid y ganas de otro encuentro. Eso fue lo que me dijeron sus mensajes. Yo estaba muy lejos del kilómetro cero. No hubo cena, aunque me invitó a conocer su casa, no la hubo, no. Al volver a Madrid le envié un sms al no volver a saber de él. Llamada y una cita para el viernes, pues. Llegó el día, nueve y media, barra de un bar de La Latina y un chico que entra y yo saludo al reconocer al chico de la camiseta de rayas y poder llamarle por su nombre. Cena para dos y copas para como si fueramos cuatro. Otro beso. Y otro. A cada cual más intenso. "Me gustan las chias rubias y lanzadas, como tú". Del bar, a un taxi; del taxi, a casa. Pero no hubo magia, ni artificios tampoco. A las nueve las obligaciones mandaron y la cama volvió a ser demasiado grande para una sola persona. El lunes él, además, volaba fuera para poner entre el pasado y el futuro un océano por medio. El lunes, además, la pantalla de mi movil se rompió y, aunque llegaran, los sms no existían. Lunes. Martes. Miércoles. Jueves. Viernes. Cinco días de silencio y pocos recuerdos. ¿Y si le llamaba? Eso podía hacerlo, pero ¿y si él no quería? Opte por no llamar, opté por no hacer nada. El viernes, por la tarde, la factura del móvil me dio su número de teléfono y le envié un sms desde mi otro móvil. Contestó horas después. "¿Quién eres?". Lo expliqué, lo del móvil roto y su réplica tuvo sorna: "No me extraña que lo palmes, con lo que bebes". Al rato, otro sms suyo que preguntaba por los planes nocturnos no tuvo respuesta. Al día siguiente me ofrecía una cena tranquila con Lambrusco. Y acepté. Aquella mirada me atraía. Quizá, sí, me gustaba. Cuando su coche negro se detuvo aquella noche delante de mí y le miré sin alcohol por medio pensé que era más guapo de lo que recordaba. Tortilla, sidra, vino fresco y una luna roja. Besos profundos, caricias intensas, noche larga. Desperté en su abrazo, y me gustó.
Recuperé mi móvil, pantalla nueva y lectura de mensajes viejos: cinco llevaban su firma. Otra cena, también en su casa, y un descubrimiento, la chica rubia lanzada persigue un sueño de letras y tapas duras. Conversaciones de almohada, preguntas directas (Te gusto; si; y yo, si) y confesiones (la verdad, hay muchas cosas de ti que me gustan, pero sobre todo, que seas lista). La noche es larga e insonme, la noche huele a Hugo Boss. Sin alcohol ni más gente que dos, uno y otro, tampoco hay máscaras; lo que hay es lo que es, sin más, lo tomas o lo dejas. O repites. Eso fue lo que hice. Miércoles de besos y cena compartida. Un viaje que se retrasa por permanecer en unos brazos, en el tacto de una piel suave como la piel propia. Domingo de fútbol, resacas, rayadas y lluvia. Adiós sin un te veo mañana como despedida. Mensajes. "Estoy para ti". Martes que sigue, lágrimas laborales y un examen de inglés lo arreglan una pizza quemada y un gol del Real Madrid. Otra luna roja, otra confesión de alcoba ("Me casé y me divorcié hace unos meses") y el abrazo que se hace más largo, más intenso, más abrazo. Entonces, recordé a aquel que me había roto en dos hacía tan poco tiempo, tan pocos meses y pensé que menos mal porque, sino, quizá, ahora no viviría este abrazo. Comida a medias, llamada del pasado, unas patatas que se queman. Y, más tarde, cada uno por su lado, una recopilación de cuentos y un mensajes que agradece la oportunidad de conocerme más y más. Y el miedo, la amenaza, el terror a que un océano ahoge esto que percute en mi pecho. Sábado de éxtasis, una comida larga y una tarde de trabajo, un "tenía ganas de verte", casi como bienvenida. Más besos, más noche intensa, más planes. Un baño que se aplaza, una botella de vino blanco que se enfría en el frigorífico, un 69 como referencia, el número del amor, el número del encuentro, el número de la distancia entre uno y otro. Una cartera que se pierde sin llegar a perderse. Un cita dos días después de la última. Cañas en Irlanda sin moverse de Madrid y un pasado, un anillo, que se explica. Magia, electricidad. Un papel del pasado en el presente y el recuerdo del último desamor vuelve a mi piel. El miedo y el vértigo se instalan debajo de mi piel. Por un lado, el viaje largo; por otro, un pasado del que no se conoce el presente. "Tengo que hacerme a la idea de que me voy a ir". Y mi corazón que habla en morse: "Ojalá no te fueras, ojalá no pusieras un océano entre nosotros". "No volvemos a vernos si luego tanto va a doler". El que habla es mi miedo. "No, jamás congenié con nadie como contigo". Quien lo dice es su voz. Langostinos para desayunar y un te veo pronto incrustado en el adiós. Un beso largo en la despedida. A Hugo Boss huele ya todo. El miedo al vértigo, que es peor que el miedo y el vértigo por separados, instalado más allá del tuétano. Una cena para dos. Setas, lomo y tres botellas de Lambrusco. Una pregunta: "Ves mucho a tu pasado" y una conversación que versa sobre un curriculum. "Yo no soy tu aquel. Yo soy yo". Y punto. Y me lo creo. Churros y macarrones. Sudores y agua al unísono. Abrazos y un reloj que marca las seis. Café para dos. Y el océano que no sé si saltará, la amenaza, el miedo. Una playa de fin de semana y cuatro días para nosotros. Cuatro, solos, con el miedo al pasado y al océano instalado en mi cabeza, y la esperanza que el chico de rayas se quede más allá del mañana.

Wednesday, February 06, 2008

6 de febrero de 2008

Caminaba por Madrid escuchando el ruido de mis tacones. Tac-tac-tac-tac. Un silencio y, de nuevo, tac-tac-tac-tac. Me gusta Madrid. Es la única ciudad, el único sitio, en el que he permanecido más de cinco años. Me sorprende. Siempre fui de allí para acá. Barcelona-Zotes-Trobajo-Zotes-León-Salamanca y Madrid, última parada, por ahora. De todas partes y de ninguna, la melancolía me acompaña en cada viaje, pero hoy, hoy me he sentido plena, con raices afincadas, pero sin dolores, con ganas de posar mis ojos delante, donde deben, y no atrás, donde siempre me los suelo dejar. Será Madrid, no sé, será el día, que me sentó bien, quizá sea eso, sí, quizá.

Monday, February 04, 2008

Otra vez, de nuevo

Vuelvo, y lo hago para no volver a irme.
Hoy río cuando leo el dolor de aquel antiguo amor hoy ni siquiera un recuerdo.
Y se escuchan mis carcajanas al otro lado de la ventana cuando rememoro cuánto deseé que volviera mientras escribía las primeras palabras de este blog. Ojalá volviera, ojalá algún día me buscara, ojalá algún día me pidiera que fuera yo quien regresara. Pues pasó, claro que pasó. Pero entonces, ahora, yo ya no quiero, yo ya no quería. Qué fácil es reírse de aquello que dolió cuando ya no duele, qué fácil; qué grato es reírse durante una venganza, fría, como las que más duelen, sí, claro que sí. R. y yo empezamos a ser amigos el día que él se dio cuenta de que aquellos lejanos seite polvos sólo eran eso, lejanos. Trató de revivirlos, otra ciudad, la mía, nos rodeaba; una indiferencia, la mía, nos separaba. Después, mi frialdad paralizó la relación y poco más supimos el uno del otro. Un día, sin embargo, volvió. Volvió para quedarse, volvió sin saber que yo cerré la puerta mucho tiempo atras, y dejé sus siete polvos, sus besos y tonterías en la basura, junto a tres botellas de Lambrusco vacías, junto a lo que un día llamamos nuestro. Y ahora pienso y vuelvo atrás y soy incapaz de comprender cómo fue qué quise, cómo fue de que lloré.
Así es el amor. Nos vuelve locos, nos da la vuelta un tiempo, y de pronto un día se esfuma y, al mirarnos en el espejo, no reconocemos a aquel que tanto amó.

Friday, June 15, 2007

15 de junio

Llegó la lluvia, y también se fue. Pero por ahora él, J., permanece. Aquí sigue, a mi ladito, aunque ya haya pasado el fatídico mes y medio que todo lo destruye. A veces tengo miedo de sentir esto que me tiembla en el pecho; a veces tengo miedo de despertar y sentirme de nuevo tremendamente sola; a veces tengo miedo de haber vuelto a confiar, por el vértigo, que siempre está ahí, dispuesto a tragarte si das un paso equivocado...

Sunday, April 01, 2007

Más de Salamanca

Ha habido gente que no está en esa lista de recuerdos salmantinos y no está porque, aunque vinieron de allí, apenas nos rozamos entonces. Y me faltan mi Gemota, a la que adoro y echo tanto en falta cuando llego a casa y ella no está ahí, en el sofá, dispuesta a escucharme y aguantarme, ya sea con una caña delante en El Lujam o en el Pablo's o en la Chozita o en La Casa de la Tortilla; o Pablete, al que ahora casi no vemos, pero con el que las conversaciones pueden durar días sin que una se de cuenta de que pasa el tiempo en los relojes; o mi Meri, a quien también adoro y quien ha sido oxígeno siempre que me ha faltado el aire (te quiero mucho, rubia); o a mi Ali, a la que también quiero con el alma y que está aquí, y en León, y siempre que la necesito, al otro lado del teléfono.

Monday, March 19, 2007

A todos aquellos que fueron mi vida en Salamanca



Mientras escribo, suena una canción de aquella época. Esa Golfa de Extremoduro que nos servía de banda sonora en nuestro camino a Anaya, centro de botellón en aquellos albores de Primero. Aún recuerdo la primera sensación que me suscitó ir caminando con una bolsa del Simago repleta de bricks de vino de 30 pelas y Coca-Cola de dos litros, desgatiñada, cantando con Ana y descubrir que más allá de la Rúa, que recorría cada día para ir a la Ponti se levantaba la Catedral, con el pórtico clásico de Filología a un lado y la luz naraja de las farolas a otro. Recuerdo los árboles, aún frondosos, y el repiqueteo de la canción al ritmo de mi corazón: era estudiante, era libre, independiente, adulta, estaba en Salamanca. Nosotros aquí con nuestras botellas, nuestras músicas y hielos; y parte de la historia de una ciudad ahí arriba. Sólo había que levantar los ojos. Cuántas veces me he preguntado cuántos botellones, historias, amoríos y desavenencias habrá vivido esa plaza, ese césped tan tentador en primavera, antes y después de que nos fuéramos.
Porque sí, nos fuimos.
Esto que narro acabó, como las letras de Extremoduro, en los altavoces de mi ordenador, y cada vez está más lejos, cada vez más. Apenas ya los de entonces, nos vemos. Sí, está Internet, el messenger, los correos, las fiestas en las que de pronto, nos tropezamos los unos con los otros sin saber por qué ni quién nos ha invitado, pero apenas ya nos vemos. Y yo aún recuerdo. Revivo con intensidad aquellos sentimientos, aquella sensación de que a partir de ese momento, de ese Primero, teníamos el mundo a nuestros pies. Y ahora, mirad, qué adultos somos. Nuestro Javi se nos casa o nuestro Álvarito va a ser papá. Sólo son los primeros, todos los demás caerán después. Y me siento tan feliz por ellos, y tan desdichada por mí porque los relojes no caminan hacia atrás que, a veces, incluso lloro. Un día un gran amigo me lo dijo: "Sientes como el tiempo se te escurre de las manos y tratas de atraparlo sin darte cuenta de que el tiempo es como el agua, que a de fluir". Pero no puedo remediarlo, a veces os recuerdo tal y como fuisteis, tal y como soñábamos ser. Es una gilipollez, pero recojo los instantes como si fueran hebras para encajar así el puzzle de la vida que se me quédó en Salamanca. Y recuerdo a Javi en alguna de esas fiestas de la facultad vendiendo boletos en la entrada de los bares y dándome la mitad de su copa de vodka; y recuerdo a Álvaro aquella noche de insomnio que escribió en mi ordenador El suicidio de las hadas, o elaborando aquel perrito-caliente-al-estilo-Gonzalo; y recuerdo a Ana de mil maneras, cantando Al Alba o cantándole a Asturias, corriendo ATS por los pasillos de la Resi, llamándome putooooncio al abrir la puerta de casa de la Plaza del Oeste (o mejor dicho nuestro-piso-botellón), grabando programas de radio con Marieta, elaborando kalimotxo vasco-vasco-vasco o hablando con las fotografías de gente del pueblo pegada en las paredes de mi habitación; y recuerdo a Víctor, y cómo cogía la guitarra en las fiestas del río y cantaba Sólo pienso en ti hasta que él se quedaba sin voz y los demás sin palmas; y recuerdo a Lau, también de mil modos, llenando una copa de Negrita sobre el colchón que fue la cama de Libertad en mi salón, con sus gafas, siempre encima de los libros, mosqueada conmigo porque tuvo que pagar un sinpa que me marqué yo, con un condón pegado en la frente cantando conmigo, las dos a gritos, "A tu lado me siento seguro...", y la recuerdo sentada en la plaza, con los ojos cerrados y la piel buscando el sol; y recuerdo a Natalia; y recuerdo a Kini, también mucho, aquella tarde en la que nos emborrachamos al señor de no-sé-qué, y cuando jugábamos al Yo nunca he y queríamos plastificarlo, y aquella tarde, al terminar los exámenes de Primero, en el que me ayudó a fregar los platos mientras los demás os emborrachábais en el salón; y recuerdo a Albertín, y tantos cafés que tomamos mientras remendábamos nuestras vidas; y recuerdo a Víctor, mi Víctor, aupándome en volandas a la puerta del Potemkin, o cómo sonaban sus versos a Miguel Hernández desde el atril del Aula 13; y recuerdo a Carol, y cómo corríamos por la Resi nuestra primera noche, escapando de un gorrión nervioso que se coló por nuestra ventana; y recuerdo a Laurín, también muchísimo, pero sobre todo aquel primer día en el que se sentó detrás de Ana y de mí, hablamos de un carnet de conducir que se nos resistía y nos hicimos amigas; y recuerdo a Belén, y aquella mesa de su casa de Primero llena de fotografías; y recuerdo a Cris y sus dos carreras, su conversación serena, siempre acertada; y recuerdo a Teresa, y a su prima, Mónica, y cómo entonábamos el "Novilla..." con el fondo de "Chiquilla" en el karaoke; y recuerdo a David, y todas las noches de charlas que pasamos en Anaya; y recuerdo a Kunta y a Rodrigo y los partidos de tenis en su casa y el sol en su terraza; y recuerdo a mi Nuri, y aquellos cafés de medio minuto que nos tomábamos entre clase y clase; y recuerdo a Barrera, y las risas con sus piernas; y recuerdo a Iago, y aquella noche que sacamos la letra de Losing my religion entre cachis de kalimotxo; y recuerdo a Juanma, y todo el tiempo de alegría que me brindó en El Segundo; y recuerdo a Augusto, y nuestras conversaciones sin fin en las escaleras del PK2; y recuerdo a Pablo, y aquella noche de charla sentados en un banco cercano a El Barco; y recuerdo a Miguel, y las historia de aquellas dos novias que tuvo a la vez; y recuerdo a Manu, y aquella primera conversación en el Potem acerca de los pendientes en la oreja; y recuerdo a Mangas, y su grito "La Trapoteeeeeee"; y recuerdo a Borja, y su suave acento canario; y recuerdo a Canales, sus trapis, y todos los apuntes que Nuri, Cynthia y yo le dejamos; y recuerdo a Eloy, a mi Eloy, gritando Karmelítricoooo por la calle Zamora mientras buscábamos un bar donde nos prometieran kalimotxo barato y horas de conversaciones sin fin, o vestido con mis botas, una minifalda, una camiseta azul de rayas de Ana y un albornoz mientras pedía trabajo a los que grababan el anunció de Fin de Año en una Plaza Mayor envuelta entre tinieblas; y recuerdo a Marcos y su spook-spook-spook a modo de saludo; y recuerdo a Nacho, y aquel mote "Matxo-man" que le puse; y recuerdo a Naiara y nuestras tardes de Tarot; y recuerdo a Betty, y todas aquellas tardes comiendo cacahuetes en El Juanita; y recuerdo a Konrado, y la admiración que siempre sentí por él; y recuerdo a Pedro Rivas y cómo nos contagiaba su entusiasmo por la historia con aquellas clases magistrales; y recuerdo a Juanra, y aquella primera clase de diseño en la que nos mostró portadas y portadas de periódicos como el Ya, el Sol, la Vanguardia; y recuerdo a Dieguito, y aquella mañana que amanecimos en Anaya; y recuedo a Moreno, y aquellas poesías que escribíamos en la mesa de La Imprenta; y recuerdo a Pac, a Rubén, a Pablo, a Elenita, a Pelu, a Fran, a Alejo, a Burke, a Carmen Calvo, a Carmen Afrán, a Iago, a Vane, a Raquel, a Lore, a Félix, a J.C., a Silvia Gallo, a Laura, a Jacob, a Mike, a Made, a Iván el de Soria, a Ingrid, a Blanca, a Amable, a Raúl, a Serru, a Gonzalo, a Lalo, a Pablo y a tantos que los nombres se me escapan, pero las caras permanecen, nunca se van, porque, a veces, si cierro los ojos y escucho aquella música (Amores de barra, Mr. Jones, Salir, beber, Zapatero, Rojitas las orejas, El roce de tu cuerpo, How Long, El disco noventa...) creo que aún sigo allí, que aún escribimos Diario Comunes y graznamos al coro de tooooonto; que afrontamos los lunes con la esperanza de recibir el mensaje de un naúfrago; que puedo viajar al medievo en junio y caminar entre niebla en enero; que puedo ir a Libreros para terminar de bares; que alguien me espera en El Toscano; que aún no nos ha cerrado La Reina, que Fernando sigue de portero en El Piper, que me despertaré por la mañana y escucharé el trinar de los pájaros con el que amanecía, siempre, eso siempre, Salamanca y entonces os veré a todos, en la facultad, en los bares, en la calle, pero a todos, otra vez, en el punto del que partieron nuestras vidas, las de verdad.
Para muchos esta sucesión de nombres será sólo eso, una sucesión de nombres, pero para mí y sé que para muchos de vosotros también, estos nombres significaron una vida, la nuestra, la que se quedó en aquella Salamanca que llamamos y que era, al fin y al cabo, nuestra.