13 de agosto
Hoy, cuando venía caminando hacia al trabajo pensé en R. Y me eché a llorar. Sí, sé que suena cursi, que lo es, pero no pude evitarlo. Han pasado catorce días, c-a-t-o-r-c-e, desde que me dejara ahí, sola, confundida y perdida en una estación de Cercanías, a 600 kilómetros de mi casa, con las lágrimas ocultas detrás de unas gafas de sol.
La rabia me cortó como una daga las entrañas. Un corte limpio. Profundo. Y las ganas de llorar otra vez ahí, a punto de escaparse de los ojos, sin control.
Se esfumó. Me echó siete polvos, y se fue.
Y lo peor no es que me dejara sola en aquella estación. Lo peor es que sé que nunca va a volver.
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