Nunca te diré mi nombre

Me siento una romántica perdida en el casquivaneo de la vida; me sé una niña en el mundo de los niños; me pierde el sonido de unos tacones y una minifalda bonita y una sonrisa en un amigo y un beso largo y un buen libro y un chico guapo, en fin, aquí escribo los retratos de mi inconsciencia, porque ser niño es igual a inconsciente cuando pasas los 25...

Saturday, September 16, 2006

Y otro: cinco pitidos

Me despertó el rugido del teléfono. Miré el despertador. Decía que eran las cinco de la mañana. Sólo los perturbados y los muertos llaman a esta hora, pensé. La mesilla del inalámbrico estaba a la izquierda de la cama. En el lado de Isabel.
-Isabel, coge el maldito teléfono.­- La zarandeé. Vano intento. Isabel cuando dormía se abstraía del mundo que la rodeaba. El teléfono dejó de sonar. Estiré la pierna derecha y cerré los ojos.
No pasaron ni cinco minutos antes de que el pitido cortara de nuevo el silencio y la oscuridad del cuarto.
Uno.
-Isabel- repetí cansado. Golpeé su hombro.
Dos pitidos.
-Isabel, cago en...- Pero Isabel parecía no escucharme. No se movía. Su cara estaba fría. Toda ella. Demasiado fría.
Tres.
Cuatro pitidos.
Antes del quinto me incorporé de un salto. El azulejo estaba menos frío que su piel.
Cinco.
Descolgué el teléfono antes de que saltara el contestador. Creo que grité.
Isabel nunca más volvería a ponerse.

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