30 de agosto
R. sigue alejándose de mi cabeza, poco a poco. A veces, su recuerdo regresa, pero su indiferencia le puede a la nostalgia. Hoy regreso al trabajo, me planto delante del ordenador y no me apetece escribir. Y no me gusta, porque zafarme del curro nunca ha sido un hábito en mí, sino al contrario. En estos días de ausencia del universo blogger ha visitado al médico, he viajado a Santander, ida y vuelta en un día (allá, por cierto, comí en Los Peñucos, el restaurante de la familia del futbolista del Espanyol Iván de la Peña, todo exquisito, muy recomendable, increíble, más bien), he salido domingo, lunes, martes (y hoy, miércoles, también tocará). Mañana cenaré con un buen amigo.
De A. no volví a saber nada. Su juego es así, antes no lo comprendía, ahora sí. Sólo cuando él quiere. Por eso no le contesté. Ahora soy yo la que no quiero. Hoy AR. quería invitarme a cenar. He urdido una excusa manida, dolor de ovarios, típico en mujeres, para esquivarla, creo que él quiere algo que yo no le voy a dar.
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