Nunca te diré mi nombre

Me siento una romántica perdida en el casquivaneo de la vida; me sé una niña en el mundo de los niños; me pierde el sonido de unos tacones y una minifalda bonita y una sonrisa en un amigo y un beso largo y un buen libro y un chico guapo, en fin, aquí escribo los retratos de mi inconsciencia, porque ser niño es igual a inconsciente cuando pasas los 25...

Monday, October 02, 2006

Y otro: Detrás de la tómbola

Son las tres de la tarde. En la radio suena una canción rumbera. Una niña morena limpia con un trapo las paredes de su casa. Su madre, Matilde Fernández, asoma la cabeza por una cortina y la mira. Suspira. Mientras ella limpia, un grupo de adolescentes comenta la noche pasada en un banco del recinto ferial instalado en la Ermita del Santo (Madrid). Son las fiestas de San Isidro. Ya hace calor. El verano comienza a notarse. Pero en casa de Matilde no tienen ni aire acondicionado ni ningún electrodoméstico, descontando las manos, que ayude a disipar el sofoco. En realidad, Matilde Fernández dice que no gana lo suficiente como para comprar un hogar. Lo que limpia su hija son las paredes de una vieja caravana de cinco metros. Lleva viviendo allí toda la vida. Por eso lo llama casa.
Matilde Fernández nació en la feria. Tiene 28 años y, al igual que su marido, es gitana. Heredó la barraca con los peluches. Con las fiestas de San Isidro empieza su itinerante periodo laboral. Recorren más de 40 barrios de los distintos distritos y pueblos que forman la Comunidad de Madrid. Normalmente terminan en noviembre. Todo en ella son quejas. En verano porque está todo el día en la barraca, aquí, allá, sin ser de ningún lugar. En invierno porque no hay trabajo, porque tiene su casa aparcada en un barrio de la carretera del Pardo y porque, para llegar a fin de mes, tiene que limpiar escaleras. “Odio esta vida”, dice mientras espera sentada a que el grupo de chavales se decida a tirar peluches.
Con el verano llegan las tómbolas. Las ferias construyen un mundo de sueños donde antes sólo había solares vacíos. Se oyen los pitidos de las atracciones y los gritos de quien ofrece un perrito piloto. Parece que allí no hay cabida para las desilusiones. Pero las hay. Y suelen están detrás de la tómbola. El número exacto de feriantes que hay en España no está registrado en ningún lugar. En 1997 se creó en Madrid la Asociación Unificada de Industriales Feriantes de la Comunidad para regularizar los precios del alquiler de los solares en las principales fiestas de Madrid, y ser el interlocutor con Ayuntamientos y Juntas Vecinales. Hoy están inscritos en ella 235 personas, pero, según varias fuentes de esta organización, esta cifra es muy relativa. “Hay muchos que suelen ir por su cuenta”.
Es el caso de Matilde Fernández. Ella tenía adjudicado su sitio en la tómbola antes de nacer. “Mi padre era feriante y las plazas se alquilan por antigüedad”. El solar le cuesta 40 euros por día, las ganancias, según ella, como máximo ascienden a 400 euros. “Ese dinero no es para nosotros. Con él tenemos que reponer los peluches en el camión”. La barraca vacía cuesta alrededor de 19.000 euros. Llenarla son 40.000 euros más.
Matilde Fernández insiste en que, al menos en su caso, un sueldo de feriante no da para vivir. “Hay gente que se la apaña con otros trapicheos, pero a mí eso no me va. Me ha tocado esto y no puedo cambiarlo. Lo asumo y ya está. Sólo espero que mis hijas no tengan esta herencia”. Cuando recoge las bolas que la gente tira (“nunca suelen fallar”) siempre espera ganar esa noche lo suficiente, para comprar un billete de lotería (“a veces no te llega ni pasa eso”). Cuando no está trabajando, se pasa las horas soñando más que la lechera del cuento. Le gustaría tener dinero para comprarse una casa y tener una dirección que darle a los amigos que quieran escribirle.
Pero su voz, melancólica, soñadora, de pronto, vuelve a la realidad. Para ella no hay lotería, ni mucho que ganar. Pasan los años y también las fiestas. Sigue durmiendo, comiendo y viviendo en un camión, de lado a lado. Son las cinco. Se despide de su hija que hace tiempo que dejó de limpiar las paredes de la caravana y ahora se entretiene en hacer castillos de arena en la hierba. “Ojalá a ella no le toque ser feriante para el resto de sus días”. Y Matilde Fernández dice esto convencida. Como si la vida en una tómbola pudiera elegirse.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home