Nunca te diré mi nombre

Me siento una romántica perdida en el casquivaneo de la vida; me sé una niña en el mundo de los niños; me pierde el sonido de unos tacones y una minifalda bonita y una sonrisa en un amigo y un beso largo y un buen libro y un chico guapo, en fin, aquí escribo los retratos de mi inconsciencia, porque ser niño es igual a inconsciente cuando pasas los 25...

Monday, March 19, 2007

A todos aquellos que fueron mi vida en Salamanca



Mientras escribo, suena una canción de aquella época. Esa Golfa de Extremoduro que nos servía de banda sonora en nuestro camino a Anaya, centro de botellón en aquellos albores de Primero. Aún recuerdo la primera sensación que me suscitó ir caminando con una bolsa del Simago repleta de bricks de vino de 30 pelas y Coca-Cola de dos litros, desgatiñada, cantando con Ana y descubrir que más allá de la Rúa, que recorría cada día para ir a la Ponti se levantaba la Catedral, con el pórtico clásico de Filología a un lado y la luz naraja de las farolas a otro. Recuerdo los árboles, aún frondosos, y el repiqueteo de la canción al ritmo de mi corazón: era estudiante, era libre, independiente, adulta, estaba en Salamanca. Nosotros aquí con nuestras botellas, nuestras músicas y hielos; y parte de la historia de una ciudad ahí arriba. Sólo había que levantar los ojos. Cuántas veces me he preguntado cuántos botellones, historias, amoríos y desavenencias habrá vivido esa plaza, ese césped tan tentador en primavera, antes y después de que nos fuéramos.
Porque sí, nos fuimos.
Esto que narro acabó, como las letras de Extremoduro, en los altavoces de mi ordenador, y cada vez está más lejos, cada vez más. Apenas ya los de entonces, nos vemos. Sí, está Internet, el messenger, los correos, las fiestas en las que de pronto, nos tropezamos los unos con los otros sin saber por qué ni quién nos ha invitado, pero apenas ya nos vemos. Y yo aún recuerdo. Revivo con intensidad aquellos sentimientos, aquella sensación de que a partir de ese momento, de ese Primero, teníamos el mundo a nuestros pies. Y ahora, mirad, qué adultos somos. Nuestro Javi se nos casa o nuestro Álvarito va a ser papá. Sólo son los primeros, todos los demás caerán después. Y me siento tan feliz por ellos, y tan desdichada por mí porque los relojes no caminan hacia atrás que, a veces, incluso lloro. Un día un gran amigo me lo dijo: "Sientes como el tiempo se te escurre de las manos y tratas de atraparlo sin darte cuenta de que el tiempo es como el agua, que a de fluir". Pero no puedo remediarlo, a veces os recuerdo tal y como fuisteis, tal y como soñábamos ser. Es una gilipollez, pero recojo los instantes como si fueran hebras para encajar así el puzzle de la vida que se me quédó en Salamanca. Y recuerdo a Javi en alguna de esas fiestas de la facultad vendiendo boletos en la entrada de los bares y dándome la mitad de su copa de vodka; y recuerdo a Álvaro aquella noche de insomnio que escribió en mi ordenador El suicidio de las hadas, o elaborando aquel perrito-caliente-al-estilo-Gonzalo; y recuerdo a Ana de mil maneras, cantando Al Alba o cantándole a Asturias, corriendo ATS por los pasillos de la Resi, llamándome putooooncio al abrir la puerta de casa de la Plaza del Oeste (o mejor dicho nuestro-piso-botellón), grabando programas de radio con Marieta, elaborando kalimotxo vasco-vasco-vasco o hablando con las fotografías de gente del pueblo pegada en las paredes de mi habitación; y recuerdo a Víctor, y cómo cogía la guitarra en las fiestas del río y cantaba Sólo pienso en ti hasta que él se quedaba sin voz y los demás sin palmas; y recuerdo a Lau, también de mil modos, llenando una copa de Negrita sobre el colchón que fue la cama de Libertad en mi salón, con sus gafas, siempre encima de los libros, mosqueada conmigo porque tuvo que pagar un sinpa que me marqué yo, con un condón pegado en la frente cantando conmigo, las dos a gritos, "A tu lado me siento seguro...", y la recuerdo sentada en la plaza, con los ojos cerrados y la piel buscando el sol; y recuerdo a Natalia; y recuerdo a Kini, también mucho, aquella tarde en la que nos emborrachamos al señor de no-sé-qué, y cuando jugábamos al Yo nunca he y queríamos plastificarlo, y aquella tarde, al terminar los exámenes de Primero, en el que me ayudó a fregar los platos mientras los demás os emborrachábais en el salón; y recuerdo a Albertín, y tantos cafés que tomamos mientras remendábamos nuestras vidas; y recuerdo a Víctor, mi Víctor, aupándome en volandas a la puerta del Potemkin, o cómo sonaban sus versos a Miguel Hernández desde el atril del Aula 13; y recuerdo a Carol, y cómo corríamos por la Resi nuestra primera noche, escapando de un gorrión nervioso que se coló por nuestra ventana; y recuerdo a Laurín, también muchísimo, pero sobre todo aquel primer día en el que se sentó detrás de Ana y de mí, hablamos de un carnet de conducir que se nos resistía y nos hicimos amigas; y recuerdo a Belén, y aquella mesa de su casa de Primero llena de fotografías; y recuerdo a Cris y sus dos carreras, su conversación serena, siempre acertada; y recuerdo a Teresa, y a su prima, Mónica, y cómo entonábamos el "Novilla..." con el fondo de "Chiquilla" en el karaoke; y recuerdo a David, y todas las noches de charlas que pasamos en Anaya; y recuerdo a Kunta y a Rodrigo y los partidos de tenis en su casa y el sol en su terraza; y recuerdo a mi Nuri, y aquellos cafés de medio minuto que nos tomábamos entre clase y clase; y recuerdo a Barrera, y las risas con sus piernas; y recuerdo a Iago, y aquella noche que sacamos la letra de Losing my religion entre cachis de kalimotxo; y recuerdo a Juanma, y todo el tiempo de alegría que me brindó en El Segundo; y recuerdo a Augusto, y nuestras conversaciones sin fin en las escaleras del PK2; y recuerdo a Pablo, y aquella noche de charla sentados en un banco cercano a El Barco; y recuerdo a Miguel, y las historia de aquellas dos novias que tuvo a la vez; y recuerdo a Manu, y aquella primera conversación en el Potem acerca de los pendientes en la oreja; y recuerdo a Mangas, y su grito "La Trapoteeeeeee"; y recuerdo a Borja, y su suave acento canario; y recuerdo a Canales, sus trapis, y todos los apuntes que Nuri, Cynthia y yo le dejamos; y recuerdo a Eloy, a mi Eloy, gritando Karmelítricoooo por la calle Zamora mientras buscábamos un bar donde nos prometieran kalimotxo barato y horas de conversaciones sin fin, o vestido con mis botas, una minifalda, una camiseta azul de rayas de Ana y un albornoz mientras pedía trabajo a los que grababan el anunció de Fin de Año en una Plaza Mayor envuelta entre tinieblas; y recuerdo a Marcos y su spook-spook-spook a modo de saludo; y recuerdo a Nacho, y aquel mote "Matxo-man" que le puse; y recuerdo a Naiara y nuestras tardes de Tarot; y recuerdo a Betty, y todas aquellas tardes comiendo cacahuetes en El Juanita; y recuerdo a Konrado, y la admiración que siempre sentí por él; y recuerdo a Pedro Rivas y cómo nos contagiaba su entusiasmo por la historia con aquellas clases magistrales; y recuerdo a Juanra, y aquella primera clase de diseño en la que nos mostró portadas y portadas de periódicos como el Ya, el Sol, la Vanguardia; y recuerdo a Dieguito, y aquella mañana que amanecimos en Anaya; y recuedo a Moreno, y aquellas poesías que escribíamos en la mesa de La Imprenta; y recuerdo a Pac, a Rubén, a Pablo, a Elenita, a Pelu, a Fran, a Alejo, a Burke, a Carmen Calvo, a Carmen Afrán, a Iago, a Vane, a Raquel, a Lore, a Félix, a J.C., a Silvia Gallo, a Laura, a Jacob, a Mike, a Made, a Iván el de Soria, a Ingrid, a Blanca, a Amable, a Raúl, a Serru, a Gonzalo, a Lalo, a Pablo y a tantos que los nombres se me escapan, pero las caras permanecen, nunca se van, porque, a veces, si cierro los ojos y escucho aquella música (Amores de barra, Mr. Jones, Salir, beber, Zapatero, Rojitas las orejas, El roce de tu cuerpo, How Long, El disco noventa...) creo que aún sigo allí, que aún escribimos Diario Comunes y graznamos al coro de tooooonto; que afrontamos los lunes con la esperanza de recibir el mensaje de un naúfrago; que puedo viajar al medievo en junio y caminar entre niebla en enero; que puedo ir a Libreros para terminar de bares; que alguien me espera en El Toscano; que aún no nos ha cerrado La Reina, que Fernando sigue de portero en El Piper, que me despertaré por la mañana y escucharé el trinar de los pájaros con el que amanecía, siempre, eso siempre, Salamanca y entonces os veré a todos, en la facultad, en los bares, en la calle, pero a todos, otra vez, en el punto del que partieron nuestras vidas, las de verdad.
Para muchos esta sucesión de nombres será sólo eso, una sucesión de nombres, pero para mí y sé que para muchos de vosotros también, estos nombres significaron una vida, la nuestra, la que se quedó en aquella Salamanca que llamamos y que era, al fin y al cabo, nuestra.

1 Comments:

Blogger Víctor González Quevedo said...

Tendremos que volver algún día... algún día.

11:51 PM  

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