Nunca te diré mi nombre

Me siento una romántica perdida en el casquivaneo de la vida; me sé una niña en el mundo de los niños; me pierde el sonido de unos tacones y una minifalda bonita y una sonrisa en un amigo y un beso largo y un buen libro y un chico guapo, en fin, aquí escribo los retratos de mi inconsciencia, porque ser niño es igual a inconsciente cuando pasas los 25...

Monday, October 02, 2006

Otro más: Visiblemente pobres

Cuando no tienen adónde ir, se quedan en la calle. En Madrid son más de 5.000 las personas que sobreviven cada día en la calle, según un estudio de la universidad Complutense. Son invisibles. El tiempo, las rutinas y las personas normales pasan por su lado casi sin mirarles.
La fiesta de la Almudena, celebrada ayer, dejó calles vacías y comercios cerrados. El Albergue para indigentes de San Isidro (Centro) permanecía abierto, porque allí da igual lo que diga el calendario. El centro está junto a la estación de Príncipe Pío. Aquí, construcciones nuevas, coches que van y vienen, tiendas y gente que pasea a sus perros; allá, donde está el albergue, una calle gris, de aceras sucias y edificios altos. En medio, las vías del tren.
Fuera de San Isidro se escucha una canción de Joaquín Sabina, risas, gente vestida al estilo hippy, que entra y sale. Dentro hay 268 camas y casi todas están llenas. Los empleados no quieren hablar. Hoy sólo se puede mirar. Y se ve alegría y gente que no tiene aspecto de vivir en la calle. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón prometió poco antes de las pasadas elecciones, que lucharía porque no hubiera ni un solo indigente sin plaza en los albergues”. En Madrid existen ocho centros, y otro más que sólo abre en invierno.
En la calle sigue habiendo pobreza, sin que ninguna institución pueda controlarlo. En la glorieta de Quevedo, por ejemplo, un indigente pasó su verano bajo un andamio, en un sofá viendo la televisión. Aquella acera, que durante meses fue su casa, ayer estaba limpia. Cerca hay una mujer desdentada, de unos 50 años, rodeada de moscas y tapada con una manta de cuadros. Ella le recuerda. “Una vez me dejó ver una película, no sé que ha sido de él”. Parece vivir entre neblina, en un mundo que quienes pasan a su lado no podrían siquiera intuir. “Yo no tengo historia, a mí no me preguntes, no vivo aquí, soy la dueña de Madrid. Sólo espero a que el príncipe venga y me devuelva los perros que me quitó” .La Cruz Roja hace unos meses inició un programa para tratar a los más de 100 enfermos mentales que viven en las calles de Madrid. Muchos no reconocen su enfermedad, ni siquiera que están en esa situación. En el parque de Plaza de España un hombre, que dice llamarse Pedro, todos los días les da de desayunar a las palomas. “No, yo no vivo aquí, yo duermo en un hotel, pero me levanto temprano para que mis amigas (las palomas) no pasen hambre”. En el banco de al lado hay una decena de bolsas de supermercados, sobresale una barra de pan, botes con comida y una manta. “Vete, vete por allí [señala en dirección a Príncipe Pío] que es por allí donde están los pobres de Madrid”. Y su voz, mientras lo dice, ni siquiera suena amarga.

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