Nunca te diré mi nombre

Me siento una romántica perdida en el casquivaneo de la vida; me sé una niña en el mundo de los niños; me pierde el sonido de unos tacones y una minifalda bonita y una sonrisa en un amigo y un beso largo y un buen libro y un chico guapo, en fin, aquí escribo los retratos de mi inconsciencia, porque ser niño es igual a inconsciente cuando pasas los 25...

Wednesday, October 04, 2006

4 de octubre

De lejos no parecía lo que en realidad eran. Cuatro hombres sentados alrededor de una mesa de madera, en medio de un parque a 200 metros de mi casa, mediodía, todos trajeados, con algo entre las manos. De lejos parecían hombres pudientes, charlando después de media jornada de trabajo en la oficina. Pero, según me fui acercando, descubrí el desgaste de sus trajes, su nula combinación, chaqueta gris, pantalón azúl oscuro, uno de paño, otro de franela, ambos de la basura. Cuando pasé a su lado les espié. No eran cartas lo que tenían en las manos, era comida. Una barra de pan, embutido de supermercado, varios brick de vinos, uñas largas, con reborde negro, puños descosidos, bocas desdentadas que reían apartados del mundo. No parecían lo que eran, pero tampoco eran lo que parecían. Simplemente, sentencié, eran cuatro amigos, felices, charlando y tomando un aperitivo en un parque como los otros, los de los trajes de verdad, hacen en las barras de los bares después del trabajo. Cuando llegué a mi portal y sus risas quedaron atrás, lejos, en mi espalda, me di cuenta de que sonreía con nostalgia.
Qué fácil, a veces, por muy poco que se tenga, resulta ser feliz.

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