Nunca te diré mi nombre

Me siento una romántica perdida en el casquivaneo de la vida; me sé una niña en el mundo de los niños; me pierde el sonido de unos tacones y una minifalda bonita y una sonrisa en un amigo y un beso largo y un buen libro y un chico guapo, en fin, aquí escribo los retratos de mi inconsciencia, porque ser niño es igual a inconsciente cuando pasas los 25...

Thursday, October 05, 2006

Un recuerdo: Un 5 de octubre del pasado

Un beso, o dos, o infinitos. Un asiento metálico, el humo del tubo de escape de un autobús que se va. Tic-tac-tic-tac. Miedo al tic-tac. Un chico juega con un paraguas mientras salta unas escaleras metálicas. Tic-tac. Un beso, o dos, o infinitos. Ojos grises. “Me perdería en tus ojos”, te dije. Y los bajaste.
Un reencuentro. O muchos. Suena Green Day en el altavoz del ordenador. Me besas otra vez, y otra, siempre largo, e intenso.
Metes tu mano debajo de mi falda, y yo te dejo.
Cerveza y pizza para cenar (¿o eran macarrones?). El aire huele a Hugo Boss. Cierro los ojos y te guardo para siempre ahí adentro, entre las tripas, donde los gatos a veces arañan. Me pierdo en tu cuello. “Me perdería siempre”, pienso, pero no lo digo.
Es de noche. La cama de uno se torna demasiado estrecha. Un gemido, o dos, o infinitos.
Sabes a sales mezcladas con gel de baño. Sabes a sales mezcladas con algo. Sabes a sales. Tu boca en mi pecho. Mi lengua se enreda en tu oreja. Me rozas, me elevas sin droga, me acaricias, un escalofrío, o dos, o infinitos. Tus ojos grises.
Deambulo por el camino de los tristes, te siento entre mi pelo. No conozco fórmula para detener el tiempo. Tic-tac-tic-tac. Si la hubiera lo pararía en este momento: el cielo anaranjado de La Alambra allá arriba, tu abrazo acá abajo.
Hay un leve rastro de té en el paladar que borran tus besos (¿o era batido de platano?). Sobre el mapa la distancia entre Madrid y Granada son cuatro dedos; el agua, ahora, es lo único que nos separa. Frío, calor, calor y frío entremezclados con un sabor amargo. Te chupo un dedo. Me cobijo en un suelo reconvertido en cama. Me muerdes y te muerdo. Te huelo. Cierro los ojos para que permanezcas siempre así, como ahora, en este momento en el que escuchas la última canción del eMule, de espaldas a mí, tu torso desnudo, tus Puma vuelan por el aire. Siempre así, en mi recuerdo, siempre ahí. “Cabrón...”, pienso, y te lo grito.
Opera 4, Lovensong, The Cure, Nine Song. Tus dedos intensos, el pulso de tu lengua. Bebemos Lambrusco (¿o era sidra?). Te desnudan tus palabras, me gustan tus confidencias, un hombre nos regala un té que nunca abrimos. Me pierdo en tus ojos grises, otra vez más.
Luchamos, nos mordemos, nos peleamos con la intensidad del primer contacto en el último. "Cabrón... Cabrón... Cabrón...", te dijo y me pierdo en tus leves gemidos. Me muerdes con rabia los labios y yo me pierdo en tu mordisco. Mientras, al fondo, Robert Smith canta sólo para nosotros. Como en su día Incubus.
Tic-tac-tic-tac.

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