Nunca te diré mi nombre

Me siento una romántica perdida en el casquivaneo de la vida; me sé una niña en el mundo de los niños; me pierde el sonido de unos tacones y una minifalda bonita y una sonrisa en un amigo y un beso largo y un buen libro y un chico guapo, en fin, aquí escribo los retratos de mi inconsciencia, porque ser niño es igual a inconsciente cuando pasas los 25...

Saturday, October 07, 2006

7 de octubre

¿Cuánta vida puede contener media cuartilla...? Lo descubrí ayer, a la hora de comer, cuando llegué a casa. Fue un sobre demasiado grande en mi buzón. Yo venía de la compra, con las manos ocupadas, y no lo hubiera cogido sino hubiera sobresalido tanto. Lo cogí, y enseguida conocí la letra. Espigada, azul, siempre azul, tumbada hacia la derecha. El sobre contenía un par de documentos y una carta, un cachito de León en un folio pulcramente cortado a la mitad. Entonces las vi, las bes, haches e ies descolocadas. Y me eché a llorar. Cosas de la nostalgia, faltas de ortografía tan pueriles como entrañables, el ruido de un tarararááá rítmico, con los dedos, tan conocido como lejano, ese toquecillo en el radiador que siempre sigue al sonido de una puerta, ese holaaaaa que siempre invita a la sonrisa con una mano alzada y repitiendo una y otra vez esa palabra mágica (holaaaaa, holaaaa, holaaaa), un bigote, una calva, mi papá, mi mamá, mi casa, mi vida, 26 años en menos de un folio.
Y un abrazo postal que, aunque no se dé, aunque no pueda tocarse, ni tampoco devolverse, se agarra, fuerte, mucho, hasta las lágrimas, en algún sitio más allá del alma.

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