7 de octubre
¿Cuánta vida puede contener media cuartilla...? Lo descubrí ayer, a la hora de comer, cuando llegué a casa. Fue un sobre demasiado grande en mi buzón. Yo venía de la compra, con las manos ocupadas, y no lo hubiera cogido sino hubiera sobresalido tanto. Lo cogí, y enseguida conocí la letra. Espigada, azul, siempre azul, tumbada hacia la derecha. El sobre contenía un par de documentos y una carta, un cachito de León en un folio pulcramente cortado a la mitad. Entonces las vi, las bes, haches e ies descolocadas. Y me eché a llorar. Cosas de la nostalgia, faltas de ortografía tan pueriles como entrañables, el ruido de un tarararááá rítmico, con los dedos, tan conocido como lejano, ese toquecillo en el radiador que siempre sigue al sonido de una puerta, ese holaaaaa que siempre invita a la sonrisa con una mano alzada y repitiendo una y otra vez esa palabra mágica (holaaaaa, holaaaa, holaaaa), un bigote, una calva, mi papá, mi mamá, mi casa, mi vida, 26 años en menos de un folio.
Y un abrazo postal que, aunque no se dé, aunque no pueda tocarse, ni tampoco devolverse, se agarra, fuerte, mucho, hasta las lágrimas, en algún sitio más allá del alma.
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