Nunca te diré mi nombre

Me siento una romántica perdida en el casquivaneo de la vida; me sé una niña en el mundo de los niños; me pierde el sonido de unos tacones y una minifalda bonita y una sonrisa en un amigo y un beso largo y un buen libro y un chico guapo, en fin, aquí escribo los retratos de mi inconsciencia, porque ser niño es igual a inconsciente cuando pasas los 25...

Saturday, November 25, 2006

Un saquito de alubias

Sebastián se pasa el saquito de alubias de una mano a otra. Mira a su abuela al otro lado de la habitación, mientras su impaciencia corre de una pierna y otra, como el saquito de alubias en sus manos. Pasan diez minutos, diez tontos minutos que a Sebastián se le antojan tan largos como diez vidas, hasta que su abuela se incorpora, sacude el mandil, le mira con sus ojos lánguidos y se marcha con su paso lento a la cocina. Es entonces cuando Sebastián, con las manos ya sudorosas, abre el saquito. Quedan diez alubias. Sólo faltan diez días para Navidad.
Sebastián suspira, hondo, se queda el aire adentro, y no lo suelta hasta que no siente los carrillos rojos y una mano que le oprime el pecho. Mira el calendario; y expira. Hacía 340 alubias de aquello. De cuanto su mamá le dejó el saquito lleno, casi a rebosar, para que cada día que pasara sin ella sacara una y fuera uno menos el que faltaba hasta que volviera su avión.
Sebastián escucha los pies de su abuela arrastrarse por el pasillo y se apremia en esconder el bolígrafo con el que ha rotulado el día en el que ya no quedarán más alubias en su saquito. 25 de diciembre. El día en que su mamá regresará, y con ella los potes calientes, y los besos en la mejilla, y el olor a vainilla de su pelo, y la huella suave que en sus mejillas dejan siempre sus caricias.
Sebastián tiene unos dedos gordos, con las uñas mordisqueadas que, unidas a sus grandes gafas, se ganan el insulto de sus compañeros en la escuela. Sebastián es un niño que pasa los días con la cabeza metida en un libro mientras su abuela cose y descose una viejas zapatillas al calor de una lumbre. Cuando estaba su mamá no era igual. Cuando estaba mamá cada día era un feria, y Sebastián no vestía ropa remendada ni comía sopas de ajo un día sí y al otro también. Cuando estaba su mamá, Sebastián tenía como compañero de juego a otro niño, Nicolás, hijo de la amiga de su mamá. Pero Nicolás, y la mamá de Nicolás, un día se marcharon lejos, “en busca del dorado”, esgrimían en su despedida, y la mamá de Sebastián no tardó en seguirlos.
Desde aquello la mamá de Sebastián se convirtió en un fajo de billetes que cada mes llegaba en un sobre, con remite España, y el tacto de una alubia.
Ni siquiera su mamá era una voz. Las llamadas eran caras. Sebastián debía conformarse con la letra apresurada con la que su mamá siempre le dejaba un beso en sus cartas de billetes.
Es 25 de diciembre. Sebastián mira el calendario con el estómago anudado. Ese día ni las sopas de ajo le saben mal, ese día es el día en el que su mamá volverá. Sebastián se viste con el traje de la primera comunión. Las mangas le están un poco cortas, pero sólo un poco, y se mira en el espejo con una sonrisa mientras moja el peine para domar el remolino de su pelo.
Dan las diez.
Y las once.
El avión de mamá ya debería haber aterrizado.
Son la doce.
Y su mamá no llega.
Sebastián mira a su abuela con los ojos acuosos, con el remolino del pelo ya despeinado, y la ve siempre sentada en su silla, siempre con esas viejas zapatillas en la mano, siempre ajena a todo, siempre callada.
Es la una. Ya es 26 de diciembre, otro día más, y a Sebastián no le quedan alubias que sacar de su saquito.
De pronto, escucha un ruido al otro lado de la puerta y Sebastián corre a abrirla mientras aprieta, con toda su fuerza, el saquito vacío de alubias en el bolsillo.

Tuesday, November 14, 2006

14 de noviembre

Hoy es uno de esos días en los que todos tus ex regresan a tu cabeza sin que tú los llames, sin que tú quieras, pero acá andan, en zapatillas de andar por casa, sin que tú seas capaz de echarles, sin que se vayan. El primero en aparecer es E., con su barba de unos días, su pelo negro y esa mirada de ojos negros, profunda, lasciva, inquietante... (siempre nos quedará esa esquina para volver a encontrarnos, me dijiste la última vez, aunque ya haya mucho de aquello). Luego llega R., aquel que me laceró el corazón en verano (aquel que nunca más volvió a responder a los mensajes, ni a las llamadas, ni a los recuerdos). Será por el verano, pero ahí aparece Borja (sí, es el primer nombre entero que aparece, y aparecerá en este blog, pero es que esto pasó hace diez años, los hizo en junio, en aquel chupinazo de R. hace dos lustros... ), ese Borja del que nunca más volví a saber; del que me fui corriendo, del que huí... y del que siempre ansié que la vida volviera a cruzarnos (siempre me pregunté qué hubiera pasado si él hubiera aligerado el paso detrás de mí, se llamaba Borja y su nombre no me importa ponerlo porque siempre quise volver a saber qué fue de su vida, si alguna vez olvidó aquel beso de kalimotxo...). Más tarde llegó A. y los siete años de idas, venidas, sueños en Palma y pesadillas en Salamanca, de enfados y vueltas, de aquellas dos horas en un Saxo, era Nochebuena... Luego, otro A, este entre medias del anterior y el siguiente, también A., o L., según cómo quisiera llamarlo, aquel se esfumó en apenas dos meses, y con él mis lágrimas, y mi capacidad de amar, estas se quedaron por siempre prendidas de un corazón a medias, aquel que compartimos, aquel que le regalé cuando él y yo fuimos nosotros. Y entonces aparece el otro A, o L., y todo se acaba, y los demás se esfuman. Él era niebla, él era oxígeno, él era mi mundo, él era yo, y todo lo demás. Quizá el resto hayan venido por él, con él, porque después no hubo más, sólo él, él, él, él, él. Todo comenzó mañana hace cinco años. Aún lo recuerdo. Se detuvo el tiempo, todos los tic-tacs: mucho después se fue y se apagó todo lo demás... Pero entonces, aquel día, yo aún no creía en el amor, pero apareció el destino... y todo me lo jodió...
Y lo peor no es que aún le recuerde. Lo peor es que tras él sólo hubo blanco. Y de esto mañana hará ya cinco años... ¡Cinco...!

Thursday, November 09, 2006

9 de noviembre

Ha pasado un mes de aquel paseo. 31 días de dudas, de devaneos, lágrimas y casquivaneos. Pero sobre todo dudas. Sobre mi vida, mi pasado, mi futuro, mi trabajo, mis amores, mis sueños, mis fronteras y mis límites. Lágrimas, todo es neblina. Todo es miedo. Todo es una lucha constante contra mí misma y este estúpido mundo que me he montado. A veces me gustaría meterme debajo de la cama, desaparecer, que las sábanas me tapen y borren todo lo que no debí haber hecho. A veces me gustaría desaparecer, así sin más, huir de mi misma y mis estupideces, huir, huir de mí y de esta estúpida vida que es la mía.
Hoy estoy triste, sí.
Llevo 31 días así.